30.9.10

APOYO AL GOBIERNO DE RAFAEL CORREA

Miles de ecuatorianos salieron a defender el gobierno de Correa

La 125 condena el intento de golpe de Estado en Ecuador al gobierno democrático de Rafael Correa, quien acusó a la oposición cercana al ex mandatario Lucio Gutiérrez por la sublevación policial y militar, que ocupó aeropuertos y regimientos. En la misma línea de “compromiso y la más absoluta solidaridad” del presidente de la Unasur, Néstor Kirchner, con el gobierno y el pueblo ecuatoriano, desde La 125 apoyamos al gobierno de Rafael Correa; repudiamos cualquier intento desestabilizador a las instituciones democráticas de ese país; reafirmamos y acompañamos la voluntad del pueblo de Ecuador que supo elegir en las urnas al presidente que hoy lo representa. ¡Para que no haya más golpes de Estado en Latinoamérica! ¡Para impedir que hagan en Ecuador lo que hicieron en Honduras!


AVISO: Convocatoria, a las 17, en la Embajada de Ecuador, Quintana y Ayacucho, para repudiar el intento de golpe contra el gobierno de Rafael Correa

25.9.10

El testimonio como sustento de la reconstrucción histórica

A continuación reproducimos una colaboración enviada por Brian Clark, desde Canadá, para La 125.


Los círculos de la derecha intelectual, diseminadores de la historia oficial, pretenden imaginar la historia amparados y apañados por centros de poder mediáticos, pulpos de la (des)información y formadores de opinión manipulada.  La Otra Historia, en cambio, construye sus postulados desde el horizonte discursivo de la memoria y por eso recurre principalmente al testimonio, sin desechar lo teórico.  René Jara en el prólogo a Testimonio y literatura[i] pone en claro la dinámica del relato testimonial en tanto documento histórico y contradice de cabo a rabo los postulados de Sarlo en su Tiempo pasado.  Para Jara el testimonio es, más que una interpretación de la historia, una huella de la misma, la evidencia de una historia que continúa, un vestigio material del sujeto quien a su vez es la realidad misma.  Lo que el testimonio comunica es además “una manera diferente de vivir el presente”.

¿Ahora bien, cual es el valor histórico de los testimonios?  ¿Qué valor histórico pueden tener los detalles, las minuciosidades que tanto desprecia Sarlo por ser insignificantes?

3.9.10

Después del sillón

La isla
Sobre Lost y el peronismo


A Lost lo descubrí tarde. Comencé a alquilar los capítulos en el videoclub del barrio cuando la historia iba más o menos por la mitad. Recuerdo que mi primer contacto con la serie me llevó a estar un fin de semana encerrado en mi casa. Aunque continué viéndola, pronto la dejé. A los pocos meses, una gran amiga me prestó las temporadas II y III. A partir de ahí, no me detuve. En días nomás las había devorado. Compré copias de las últimas entregas hasta llegar al gran final. Cuando vi el último capítulo lloré como nunca lo había hecho con ninguna serie. No suelo estar pendiente de este género. Desoyendo recomendaciones, jamás alquilé nada de Friends o Los sopranos. Con Lost, en cambió, lloré. Lo hice en el final, en algunos de los capítulos, en partes especiales, trascendentes, hermanadas a mi manera de pensar y creer la vida, a convicciones y posiciones personales reflejadas en personajes, conflictos y en la trama general de Lost.


Los dos últimos capítulos los vi en un cómodo sillón, en la casa de la misma amiga que me alentó a mirar Lost. Aunque decir “mirar Lost” no se ajusta a la verdad, o al menos no a la experiencia de seguir su historia. Uno “mira” muchas cosas en la televisión, pero con esa serie pasa algo más. Intervienen la fe, las comparaciones, confrontamos ideas, compartimos la emoción, el sentirnos identificados con alguien, con algo, reconocido o no. Incluso descubrimos eso, que nos sentimos identificados con algo que todavía no sabemos qué es. Peor aún, la serie termina y muchos, la mayoría, nos codeamos preguntándonos qué paso. Exigimos respuestas. Queremos –imploramos- certezas. La ausencia de una voz oficial esclarecedora se interpreta de alguna manera como un abandono. Nos hemos embarcado igual que los protagonistas, Jack, Kate, Sawyer, Locke, Hurley y tantos otros


Cuando creíamos que nos sería mostrado el verdadero rostro oculto tras la máscara, encontramos que no sólo no era como pensábamos, sino que además cada uno puede interpretar la historia tal como la haya vivido, como cree que pasó. El inicio, los vínculos, las alianzas, las asociaciones, la negociación, lo inexplicable, el tiempo, el Bien, el Mal, Dios y el Diablo, la muerte y la vida, el más allá y el acá, ahora y a resolverlo ya, el pasado y el futuro. Todo depende bajo qué lupa miremos las cosas. Como el poeta, se puede creer en la comunión del huevo, en Darwin, en el Big Bang, la herencia de las brujas, el poder de la Luna o en las momias enterradas hace miles de años. No importa qué color elijas o el mandala al que te aferres. Todo estará bien. A nadie le interesa demasiado si crees en la vida después de la muerte, si la muerte como parte de la vida, si la vida y después no quedan más que las cenizas. Es nuestra la historia. Hasta podemos decir: es tuya la historia. Jugá como quieras. Con fichas blancas o negras. Jugá con la Dama. Juega con la Reina. O con el Rey. Juega con los peones. Por el centro. O los costados. Que la estrategia sea la defensa, o como dicen los libros, que la mejor defensa sea el ataque. Como quieras. ¡Pero jugá! Y si por alguna razón, capricho o enmienda sofista que quieras aducir, se te da por no jugar, ya sabés que es imposible. Jugarás de todos modos (no jugar es una forma de jugar). Hasta tienes la libertad de hacerlo de todos las formas posibles. Nadie abrirá ningún escape porque no lo hay. Estás adentro de la cancha.


Si insistes en hacerte el distraído, con el tiempo te volverás tan débil que la pelota terminará derribándote. Eso es Lost. Al menos, como yo lo interpreto. Está bien, esos guionistas sedujeron y nos fascinamos. Ellos trabajaron para construir una historia. Pero necesitaron de nosotros para que el relato se complete. También en eso dijimos presente. Cada uno en el tiempo y cómo pudo. Pero el grueso estaba allí, esperando ansioso el estreno del próximo paso, haciendo revisionismo, chequeando datos, lugares, nombres, diálogos, zonas oscuras, lo que sea. Lost requería de un espectador activo y lo tuvo. Quizás el error por parte de algunos en la platea fue creer que con eso bastaba: “Yo [espectador] trabajo con la serie, yo [espectador] la sigo, todo lo que pidan, pero el final me lo sirven en bandeja”. La realidad fue exactamente contraria a esa presunción. No hubo ninguna bandeja. Nada estuvo servido en el final. Muchos esperaban otra cosa. Después de tanta fe, de trasnochadas, de impaciencias, de soportar traducciones pésimas en copias truchas, de hacerse de la historia para ser de alguna manera parte de la historia, de perdidos cotejos, búsquedas en la web, conversaciones con amigos y compañeros de trabajo sobre porqué Desmond calla o Los otros piensan atacar, después de enormes sacrificios, la isla pide uno más, el más grande de todos los sacrificios, el que requiere de una decisión cabal, pero que no todos están dispuestos dar y que no todos dan, en efecto. La isla nos reclama a nosotros, seguidores, fanáticos o simpatizantes espectadores, que no dudamos del suelo que pisamos ni del año que corre, la isla pide que seamos libres.


Para completar la historia debemos animarnos a ser libres, lo más libres que podamos. Para que la historia cierre hay que empezar por creer que cada uno es capaz de cerrar la historia y, sobre todo, de continuarla. No en sentido literal de Lost, ya que sería imposible. Pero sí en otros terrenos, en los sitios donde damos la batalla cotidiana, donde nos juntamos con los nuestros y a veces también con los otros, los de la vereda de enfrente, a fin de expresar lo que pensamos. Allí, donde queremos marcar influencias, formas, visiones o maneras de actuar y de hacer. Siempre hay nuevos horizontes porque la historia nunca se acaba. No solo el público se renueva. También la fe. Surgen nuevas necesidades.


Lost es justamente el desafío por demostrar que nos hacemos cargo de esa [la] historia en el momento que nos suelta la mano y que estaremos sosteniéndola para afirmar lo que creemos, lo que nos queda como posible, como construcción de una identidad, y no para enojarnos con lo que hemos visto, con lo que nos han dejado, por las promesas incumplidas, los padres imperfectos, las traiciones o las palabras esperadas finalmente nunca dichas, por las muertes que nunca y nunca debieron ser.


Ahora la posta la tenemos nosotros. Es cierto: hay cosas que no cierran. Luego de mirar emocionado en el sillón de mi amiga el final de Lost –que me tomó por sorpresa en ese lugar-, uno de los hechos que más celebré fue la cantidad de preguntas que permanecen abiertas, la incertidumbre sobre una infinidad de detalles y la historia ofrecida a manera de un gran banquete accesible a los que quieran continuar indagando, buscando respuestas, saliendo a confrontarlas con el mundo.


Una mujer me confesó que Lost la había modificado. Ya no es la misma. Llegó, incluso, a cambiar su forma de vida. Esta mujer me dijo también que no todo cierra: “¿O acaso a vos te cierra todo?” No, respondí. Pero algunas cosas sí deben cerrar. Intuyo que –y esto no se lo dije porque ahora lo pienso-, hay que seguir adelante. Otra persona con la que también intercambié opiniones sobre la serie me dijo que Lost es como la vida: “está en cambio permanente”. No digo que Lost es la vida. Está allí para quien la quiera tomar, para quien, superando algunos prejuicios elementales, comience a frecuentarla, primero como un parroquiano de café y después –ojalá- como un íntimo amigo que nos cuenta su historia y no se avergüenza de sus delitos ni peores miserias. Ahora bien, somos responsables de nuestra libre interpretación. Está en cada uno y en todos hacer algo con el legado.
 
En realidad, quería escribir este relato para establecer una probable relación entre Lost y el peronismo. Mucho dije, más de la cuenta, de lo primero y nada de lo segundo. Extrañamente siento que siempre estuve hablando del peronismo. Por lo pronto, el camino para llegar a casa se abre a manera de un laberinto. El pasado no cambia mientras no hagamos el intento de mejorar el futuro. Quiero creer que es posible.


Alejo González Prandi