Sobre la lealtad
Mad Men es una
serie fascinante. Como en toda buena historia, vemos la grandeza y la miseria
humana, las mezquindades, el amor, la traición, la fidelidad, el heroísmo, la
mentira, las elecciones colectivas e individuales que pueden llevar a la
tragedia o un cambio positivo en el mundo.
Tal vez una de las características que más pesan sobre los
personajes de Mad Men es que no hay
buenos ni malos. O en todo caso, no hay buenos tan buenos, ni malos tan malos. Los
villanos llegan, incluso, a exhibir actitudes benévolas y generosas. Y los
angelitos de la ‘película’, en algún momento, destapan su peor costado, una
piedra negra que siempre vuelve. En fin, una palomita se puede convertir en un
tiburón.
Producida para televisión, la serie cuenta los días de una
prestigiosa agencia de publicidad radicada en New York, antes de la década del
’60. Según la mayoría de las sinopsis, “es la mirada a los hombres que dieron
forma a las esperanzas y sueños diarios de los americanos de la época”. A medida
que avanzan los años, no solo vemos las transformaciones particulares de los
protagonistas, sino las reacciones y respuestas de esa sociedad norteamericana
frente a hechos de repercusión mundial.
En esta historia el gran hombre es Donald Draper, director
creativo y socio de la agencia. Todos lo admiran. Varones y mujeres. Todos
quieren ser como él o tener algo de él. En la cancha de la publicidad no hay
quien lo venza. Fuera de esa zona de exclusividad, en la vida diaria, también
parece ser el rey. Nada, a simple vista, se le escapa.
Pero Pete Campbell, empleado, aunque hijo de un empresario multimillonario,
sabe que Draper no está limpio y quiere compartir el dato con Bert Cooper, presidente
de la compañía. Antes de la Guerra de Corea, Donald Draper se llamaba Dick
Whitman. Durante el conflicto bélico –por un hecho largo de contar-, Whitman
adopta el nombre de Draper, un suboficial muerto durante un ataque enemigo.
Varios años después, en la lujosa oficina del viejo Cooper, Pete
Campbell larga todo lo que sabe con el fin de acabar para siempre con el
prestigio del falso Draper, que mira la situación totalmente azorado.
Este es el diálogo:
Pete Campbell:
Donald Draper no es quien dice ser. Su verdadero nombre es Dick Whitman. Pero
Dick Whitman murió en Corea hace 10 años. Eso da a pensar que es un desertor,
al menos.
Bert Cooper: Sr.
Campbell, ¿y a quién le importa eso?
Campbell: Es un
mentiroso, un fraude, quizás un criminal.
Cooper: Incluso si
fuera cierto, ¿a quién le importa? Este país (Estados Unidos) fue construido y
dirigido por hombres con peores historias de las que puede imaginarse. Los
japoneses tienen un lema: Un hombre es el espacio que ocupa, y en estos
momentos Donald Draper está en este espacio. Le aseguro que habrá más
beneficios si nos olvidamos de esto.
El joven Campbell sale enfurecido de la oficina, y Cooper le
dice a Draper:
- Despídelo, si quieres. Pero yo lo vigilaría. Nunca sabemos
cómo nace la lealtad.
Esa, al menos, es nuestra esperanza.
Alejo González Prandi